“Subime un poco mas el sonido del micrófono” dice una voz del escenario al que maneja la consola.
Eran las 00:30 del Domingo y la Sociedad Belgrano se preparaba para recibir al ídolo del cuarteto Carlos “La Mona” Jiménez. Los plomos iban de acá para allá como una colonia de hormigas acomodando los instrumentos y parlantes.

El club esta mas reluciente que nunca, las paredes pintadas con un rojo azabache y el olor a “casi” nuevo inundaban el lugar.

Hora después se observaba a la gente que llegaba de a puñados  para obtener su entrada, era una noche especial y nadie quería perdersela.

Muchos de los precavidos que sacaban su entrada temprano se dirigían hacia el puesto de choripan ubicado al frente de “La Belgrano” y hacían tiempo antes de que empiece el show.

Pasada las 2 de la madrugada, la gente se agolpó en la entrada y pasaba por un riguroso control policial antes de ingresar al baile. Una vez adentro las personas se encontraban muy tranquilas, arriba del escenario se encontraba cantando el hijo de La Mona, “ El Carli Jiménez”, que hizo la previa del espectáculo cantando algunos temas de su padre.

La gente con un cántico de “Vinimos a ver La Mona, ¿La Mona donde está?...” apura la salida del cuartetero.
Minutos después, ya con los músicos en escena, las congas empezaron a repiquetear y la gente acompaña con las palmas, eufóricos porque sabían que la salida de su ídolo estaba al caer.
Las luces del club se apagaron y quedaron solamente las del escenario,  La mona salio al escenario cantando uno de sus últimos temas, la multitud exploto,  al medio se abrieron  todos para que se armara la pista, algunos bailaban otros se dirigieron a las barras para comprar lo que iban a consumir esa noche y otros simplemente observaron a su ídolo cantar y bailar.

























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Haciendo un recorrido por el lugar, se pudo observar a madres e hijas, tíos y sobrinos, hasta niños y niñas iniciándose  en este “ritual” que es la de ir a ver a La Mona Jiménez, y que se traslada de generación en generación.​​

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